Bienvenido a Casa Hijo Fiel Papa Francisco.
¡El cielo se abre! Jesús y la Virgen reciben al Papa Francisco con los brazos abiertos.
En lo alto del cielo, cuando las campanas celestiales resonaron suavemente, Jesús extendió Sus brazos con una sonrisa llena de amor eterno.
Hoy el cielo está de fiesta.
El Papa Francisco ha sido recibido por Jesús y la Virgen María entre luces celestiales y abrazos de amor eterno.
Una despedida terrenal que se transforma en un reencuentro divino.
En lo alto del cielo, cuando las campanas celestiales resonaron suavemente, Jesús extendió Sus brazos con una sonrisa llena de amor eterno.
A Su lado, la Virgen María, con ternura de Madre, abrió su manto para recibir al Papa Francisco, humilde siervo de Dios.
«Has pastoreado a Mi pueblo con amor, has defendido la paz, la justicia y la misericordia. Has levantado al caído, has abrazado al pobre, has dado voz al silencio.
Hoy, te recibimos en la gloria eterna, donde ya no hay dolor, sólo la plenitud del amor de Dios.»
La Virgen lo abrazó con lágrimas de alegría y le susurró:
«Hijo mío, has cumplido tu misión. Ahora descansa en los brazos de Aquel a quien serviste con todo tu corazón.»
Y el cielo celebró, porque un alma buena había regresado al Hogar.
En un amanecer que no pertenece a este mundo, donde los cielos se tiñen de luz dorada y las campanas celestiales repican con dulzura, una nueva alma se acerca al umbral de la eternidad.
El alma del Papa Francisco, el humilde siervo, el pastor de corazones, se eleva suavemente hacia el Reino Prometido, donde lo esperan con los brazos abiertos Jesús y la Virgen María.
Jesús, con su túnica resplandeciente y una corona de gloria que no fue hecha por manos humanas, camina al encuentro de su siervo amado.
En sus ojos hay ternura, en sus manos, las señales eternas del sacrificio, y en su corazón, una gratitud infinita por aquel que dedicó su vida a guiar a Su pueblo con amor, compasión y valentía.
A su lado, la Virgen María, Madre de la humanidad, resplandece con una belleza serena y celestial.
Su manto azul lo envuelve todo, como una caricia eterna, y su sonrisa refleja el amor incondicional de una madre que recibe a un hijo que ha terminado su misión.
El Papa Francisco camina despacio, con humildad, con la misma sencillez con la que vivió cada día sobre la Tierra.
Sus ojos se llenan de lágrimas al verlos. No lágrimas de tristeza, sino de plenitud, de gratitud, de amor cumplido.
Al llegar a los pies de Jesús, se arrodilla, no como un Papa, sino como un hijo, como un servidor que vuelve a casa después de una larga jornada.
Jesús se inclina, lo toma de las manos y lo levanta con dulzura. «Bienvenido a casa, hijo fiel.
Has guiado a mi rebaño con mansedumbre, has defendido a los pobres, has hablado en nombre de los que no tenían voz, y has recordado al mundo que Yo soy Amor.»
La Virgen María lo abraza, lo cubre con su manto y le susurra al oído:
«Hijo mío, cuántas veces oraste a Mí en silencio, cuántas veces pediste mi protección para tu pueblo, cuántas lágrimas ofreciste por los sufrimientos del mundo.
Hoy, esas lágrimas se transforman en flores eternas, en gozo sin fin.»
Y entonces, el cielo se llena de luz. Ángeles rodean la escena, cantando himnos de alabanza.
San Pedro abre las puertas de la gloria, y todos los santos aplauden la llegada de un alma que sembró paz, esperanza y misericordia en la Tierra.
Francisco no entra solo: entra acompañado por todas las almas que tocó, por cada oración que elevó, por cada palabra que sanó, por cada acto de amor que ofreció en silencio.
En ese instante, no hay títulos, no hay discursos, no hay tronos. Sólo hay amor.
El amor puro de Dios que acoge, que recompensa, que abraza.
Y así, entre los brazos del Redentor y bajo la mirada dulce de la Madre Celestial, el Papa Francisco encuentra su descanso eterno.
Desde el cielo, su voz ya no pronuncia homilías, pero su legado sigue vivo en los corazones que despertó.
Ya no camina por los pasillos del Vaticano, pero su espíritu recorre las calles del mundo, susurrando esperanza, invitando a la paz, animando a seguir el ejemplo de Cristo.
Y la tierra llora, sí, pero con una lágrima que nace del amor.
Porque aunque su presencia física ya no esté, su alma brilla como una nueva estrella en el firmamento de la fe.
Hoy el cielo celebra. Hoy Jesús sonríe. Hoy María extiende los brazos.
Hoy el Papa Francisco entra en la gloria de Dios.
«Has sido un buen y fiel servidor. Entra en el gozo de tu Señor.» Amén.
Enviado por: Dulce María (México).
Bienvenido a Casa Hijo Fiel Papa Francisco.